4 abr 2010

El Zorro

En un camastro desvencijado Joel jugaba con un roído antifaz. Era el único recuerdo que tenía de su padre.
Habían llegado a la ciudad hacía unos meses escapando de todos los problemas que tenían en el pueblo. Su padre era un joven labrador que había heredado un pequeño terreno que utilizaba como huerta para después vender los productos en el mercado, pero al morir su mujer él solo no pudo hacerse cargo de todo el trabajo y al tener que contratar a alguien y pagarle un jornal comenzaron los problemas. Primero fue eso, después el descenso de las ventas, las dificultades para reunir el dinero que costaba tener un puesto en el mercado, y por último el incendio que provocó la pérdida de casi todos sus cultivos. Y ante esta situación no le quedó más remedio que recurrir a préstamos con enormes intereses que no era capaz de pagar. Por ello, al cabo de dos años, decidió coger a su hijo, algunas de sus pocas pertenencias y huir de sus problemas en busca de una vida mejor y un buen futuro para su hijo.
Al llegar a la ciudad se instaló en el sótano de un edificio abandonado que, casualidades de la vida, también había sido incendiado. Y recogiendo algún mueble de la calle intentó transformarlo y darle la apariencia de un hogar. Pero conseguir trabajo era más complicado. No eran buenos tiempos y lo único que conseguía era un trabajillo de vez en cuando. Un día en el muelle ayudando a descargar la mercancía de los barcos a cambio de unas monedas, otro día ayudando a apilar las cajas en una frutería a cambio de algo que llevar a casa para que comiera su hijo. Y fue en uno de estos trabajos, ayudando a vaciar una antigua tienda de disfraces cuando se hizo con el antifaz. Todo lo que había en la tienda se dividía en dos montones: el que se llevaban los dueños para vender a otros comerciantes y el que se iba a la basura. De este era del que se encargaba el padre de Joel. Al concluir su trabajo volvió a los contenedores a los que había llevado las cajas y rebuscando en ellas se hizo con varios disfraces de su medida. Y ese fue el día que el padre de Joel encontró un trabajo estable. Al día siguiente salió con uno de sus disfraces, se colocó en un lado de la plaza, sentó a Joel en una caja a su lado y comenzó su función. No era mucho lo que ganaba pero a lo largo del día eran bastantes las personas que se paraban frente a él y le daban alguna moneda.
Tenía tres o cuatro disfraces y por lo tanto tres o cuatro representaciones distintas según el traje. Cada disfraz tenía su historia, nunca se preocupó de cambiarlas ni de introducir nada nuevo porque la gente no se aburría de ellas y seguían parándose a escucharle. A todo el mundo le gusta que le cuenten un cuento aunque sea siempre el mismo, y el padre de Joel los contaba y representaba muy bien.
Solían levantarse tarde y a media mañana se instalaban en la plaza. A medio día descansaban un par de horas para comer y echar la siesta y después volvían hasta media noche. Siempre hacían el mismo horario y era muy fácil controlarles. El padre de Joel nunca habría imaginado que eso pudiera ser peligroso. Los días de semana por la noche casi no había ni un alma por la calle, pero Joel y su padre se quedaban siempre hasta la misma hora. Joel algún día había protestado, ya cansado, porque no entendía que si no había público no pudieran irse y acostarse. “En el trabajo hay que ser disciplinado, hijo mío. Como en todo en la vida” le contestaba su padre, y Joel no rechistaba.
Ese día la calle estaba desierta, hacía frío y la gente prefería estar calentita en sus casas. Joel vio a dos hombres acercarse y quiso decirles que la función ya había terminado, pero no le dio tiempo a decir nada. Los acreedores de su padre les habían encontrado. No mediaron palabra, se acercaron a su padre y le pegaron un tiro. Joel asustado se fue corriendo hasta el sótano, y cuando pensó que ya había acabado el peligro volvió junto a su padre. Hacía tiempo que no respiraba, le quitó el antifaz, le cerró los ojos y se fue de allí. La última función de su padre había sido la de “El Zorro”.

6 comentarios:

Hollie A. Deschanel dijo...

Gran función, sin duda :)

Jara dijo...

hoy en día aunque no de esa forma todo continua igual. es una lástima.

Yandros dijo...

Bastante duro el relato.
Pero la realidad es asi, buen relato cuentacuentos!

Reindeershorns dijo...

Me gusto mucho la primera frase.

Pugliesino dijo...

La llamada cruda realidad expuesta con gran talento en forma de cuento el cual no por ello deja al márgen la dureza e insensibilidad del mundo de hoy.
Tres o cuatro disfraces casi que como las estaciones del año y casi que como las opciones a que se reduce el salir adelante.
Un precioso cuento que por unos momentos resalta el esfuerzo de tantas anónimas víctimas del sistema.

Un abrazo!

Reindeershorns dijo...

Es bastante idéntica a algo que leí en otro blog.