15 dic 2008

Eres un cerdo, un sádico y un hijo de puta

Se cayó, por fin. La tercera bofetada fue la decisiva. No se acordaba desde cuándo había decidido aguantar sus golpes de pie sólo por la razón de que él no pensara que la hacía estremecerse de miedo. Y aguantaba de pie hasta que él le daba tan fuerte que la derribaba. Y entonces todo se acababa. Ésa era la forma de hacerle parar. Pero Patricia se negaba a darle el gusto de ver en sus ojos el miedo. No tenía sentido, y lo sabía. Más sentido hubiera tenido marcharse la primera vez que la golpeó, y ya de no haberse marchado más sentido tenía tirarse al suelo a la primera, pero pensaba que si lo hacía así él no se detendría al verla en el suelo, y lo que bajo ningún concepto quería era que continuara humillándola después de caerse.
Siempre que se caía se quedaba un rato sin levantarse, con la cara pegada al suelo para que el frío suavizara el dolor, pero el dolor más importante, y el más fuerte, era el que iba por dentro, acompañado del miedo.
La ilusión de su vida siempre había sido tener hijos, sobre todo desde que conoció a Miguel. Sin duda era el gran amor de su vida. Sus tres años de noviazgo habían sido inmejorables, y se casó con la mayor ilusión del mundo, pero a los seis meses comenzaron los problemas, y con ellos y las bofetadas que los acompañaban decidió también perder su ilusión. Siempre pensó que Miguel no habría sido capaz de tocar a sus hijos, pero también habría jurado hasta hace no mucho tiempo que tampoco habría sido capaz de ponerle la mano encima a ella. Y no había sido así. La quiebra de su empresa, junto a sus inseparables botellas de whisky, habían conseguido cambiarle por completo, y lo que antes eran caricias y palabras bonitas se habían convertido en insultos y bofetadas con el consiguiente arrepentimiento y el perdón por su parte. Pero después de casi un año intentando ayudarle a superar sus problemas, de esconder su tragedia y de disimular sus moratones, había decidido que tenía que poner final a la historia. No se merecía ni un insulto más, ni un golpe más, ni una caída más. No se merecía tener miedo a que él llegara a casa, ni tener siempre en la cabeza la imagen de la persona a la que había amado con una botella en la mano y la otra camino de su cara. Y bajo ningún concepto quería tener que volver a estar tirada en el suelo, llorando y con la cara hinchada esperando a que Miguel se arrepintiera y le prometiera que nunca más iba a pegarle.

6 comentarios:

Sara dijo...

Lo peor de todo es pensar que tu relato es, en muchas ocasiones, una realidad...
Tiendes a escribir historias muy duras o es cosa mía?

Un saludo ;)

Pugliesino dijo...

Ni la quiebra del mundo justificaría esa reacción.
Fantástica narración Paula.Palabras que van llenando cada silencio que ella pronunciaba con su mirada,palabras que dan sonido a los silencios vecinales.Palabras que como dice Sara nos recuerdan que ahora mismo,esta noche,desgraciadamente puede estar sucediendo.
Enhorabuena

Rebeca Gonzalo dijo...

¡Puf! ¡Qué duro! Tu historia hace reflexionar y uno busca huir cuanto antes de esa realidad que se perfila tan veraz en numerosos casos, sólo por el hecho de no sentirse involucrado sentimentalmente. En todo caso, aunque dura, muy bonita. Me quedo con que ella al final se siente con fuerzas para hacer borrón y cuenta nueva. Al menos así lo he interpretado. Le queda dar el paso, pero la intención y la valentía ya la tiene.

Anónimo dijo...

Pues muy bien que hace una vez se ha decidido. La verdad que siempre le damos demasiadas oportunidades a quien menos se lo merece y, cuando llega alguien que de verdad necesita una más para "demostrar" lo que vale, estamos tan escarmentados que nos damos media vuelta.

En fin, ojalá esto no se repita mucho y que si lo hace, el apoyo y la justicia sea lo suficientemente duras como para paliar todo esto que no hace más que daño a la sociedad.

Dara dijo...

A la tercera. Quizás debió derribarle ella, a la cuarta.



Miau

Esther dijo...

Terrible realidad pero, tan real...

Hizo bien en decidir eso. Algunos dicen que desde la primera bofetada, conviene largarse, para no volverlo a permitir más, por mucha pena que dé. Creo que tienen razón.

Saluditos.