12 may 2010

Antes todos los despertares eran una fiesta

Últimamente Marta siempre se levanta con una sensación de vacío que le hace romperse por dentro. Antes todos los despertares eran una fiesta. Había fuegos artificiales cuando abría los ojos y le veía a su lado. Abrir los ojos envuelta en sus brazos era un lujo. No había malos despertares, todos eran una gran sonrisa. Estaba bien acortar un poco la distancia y rebasar un poco los límites para dormir juntos. Le gustaba despertarse en mitad de la noche, girarse y ver que él estaba allí. Pero de eso ya hacía tiempo, ahora la sensación de vacío en el estómago le recordaba su ausencia y esa sensación le duraba todo el día.
Es domingo, son las cuatro de la tarde y Marta todavía no se ha levantado. Hoy la pena le pesa demasiado. Está tumbada en la cama, sin parte de arriba, siempre se acuesta así por si él quiere venir a acariciarle la espalda. Está hecha un ovillo, abrazándose las rodillas y con los ojos abiertos pero sin mirar nada. Tiene el móvil al lado, sobre la almohada, pero ya lleva demasiado tiempo sin sonar. La angustia le está matando, así que se levanta, se desviste y se mete en la ducha. Ahora el agua le recorre el pelo, los hombros, la espalda, y piensa que por todos esos sitios han pasado ya sus manos y le recuerda tocándole, o a través del teléfono cuando no estaban juntos y su voz le decía que le estaba besando y que sus manos estaban recorriendo su cuerpo.

Para Roberto las cosas tampoco van demasiado bien últimamente. Ahora está tirado en su cama, sin camiseta, por si ella quiere venir y acariciarle el pecho. Está pensando en ella, y maldiciéndose por haberla apartado de su lado. Nunca quiso causarle ningún dolor, pero ya era tarde porque Marta estaba enamorada de él. Y se arrepentía mucho de lo que había hecho porque a Roberto también le encantaba despertarse a su lado. Recordaba que siempre se metía en la cama sin hacer ruido para no despertarla porque le gustaba ver su cara de sorpresa cuando se giraba y veía que ya había llegado.Le gustaba dormir abrazándola, le gustaba el olor de su pelo, le gustaban sus caricias, le gustaba que ella le quitara la parte de arriba para apoyarse sobre su pecho y le gustaba que al dspertarse le besara.
Roberto tenía el teléfono al lado y se dio cuenta de que no podía seguir echándola de menos, así que la llamó. Pero Roberto no podía saber que Marta estaba en la ducha dejando que el agua le acariciara lo que él ya no acariciaba y pensó que no le cogía porque ya no quería saber nada de él. Se desnudó y se metió en la ducha. El agua le recorrió el pelo, el cuello, el pecho y recordó cómo lo hacía y cómo se lo contaba cuando no estaban juntos.

Marta sale de la ducha y ve su teléfono iluminado. Ya no hay vuelco en el estómago porque ya no piensa que puede ser él, pero sí lo es así que le llama. Marta no puede saber que Roberto está dejándose acariciar por el agua y piensa que no le coge porque ya no quiere saber nada de ella, que se habrá equivocado. Así que se viste, coge el coche y se va a la playa, a ver el mar porque eso le relaja.

Roberto sale de la ducha y ve su llamada, así que rellama pero no sabe que ella con las prisas se ha dejado el móvil en casa. Así que se viste, coge el coche y se va a la playa, porque el mar le relaja.

Y ahora están los dos allí, cada uno en su playa a quilómetros de distancia. Los dos pensando en el otro. Ella tumbada sobre la arena, él paseando por la orilla mojándose los zapatos y los pantalones, y los dos dejando que la tristeza se apodere de ellos. De repente se pone a llover, en las dos playas a la vez, y ninguno de los dos se mueve. Les da igual, porque ya no les importa nada.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

yo ahora quiero saber qué les pasó. miedo a algo?


Bita

Mer dijo...

El destino y sus juegos.
Bonita historia.
:)

AMADO MIO dijo...

Vaya, ahora no tengo tiempo de concentrarme en esta lectura,que el calor sofocante requiere otros refrescos, pero mañna tempranito me la desayuno con café.